25 de mayo de 2016

115ª noche - Cómo saber si tu hijo adolescente va a ser un ni-ni


Se trata de un sencillo test para jóvenes entre 14 y 16 años. Consiste en diez preguntas que debe responder en un máximo de cinco minutos, sin consultar fuentes de información como libros, internet, etc. Es decir, sin copiar. Puede usar lápiz y papel. No puede usar calculadora y mucho menos tableta o móvil.

• 1) ¿Cuál es la capital de Austria?

• 2) ¿A qué se dedicó Alejandro Dumas, o sea, por qué profesión es conocido?

• 3) ¿Quién fue Calígula?

• 4) Reparto 257 monedas de 1 euro entre 17 personas a partes iguales. ¿Cuántas me sobrarán?

• 5) ¿Qué es un archipiélago?

• 6) ¿Cómo se escribe la palabra "DESINIBIDO"?

• 7) ¿Cómo se llaman las líneas imaginarias que van sobre la Tierra, de Polo Norte a Polo Sur?

• 8) ¿En qué fecha llegó por primera vez Cristóbal Colón a América?

• 9) ¿Cuál es la velocidad de la luz?

• 10) ¿Quién pintó el cuadro conocido como "El Guernica"?

RESPUESTAS:

• 1) Viena

• 2) Escritor de novelas

• 3) Un emperador romano

• 4) Sobran 2 monedas

• 5) Un grupo de islas próximas entre sí

• 6) Desinhibido

• 7) Meridianos

• 8) 12 de octubre de 1492

• 9) 300.000 kilómetros por segundo

• 10) Pablo Ruiz Picasso, o simplemente Picasso.

INTERPRETACIÓN:
Se trata de preguntas básicas, que cualquier estudiante a partir de doce años debería responder sin dificultad.  El único trabajo de los adolescentes es estudiar y quien no sepa las respuestas a estas preguntas no es que no estudie; es que carece de la cultura más elemental. No esperes de alguien que ha estado sin hacer nada hasta los 16 años que después despabile. La pereza se le ha metido en los huesos. Más adelante, no tendrá capacidad más que para empleos ínfimos y mal pagados, que no sabrá conservar, ni responsabilidad para buscarse la vida, así que, si ése es el caso, prepárate para  compartir tu casa y tu pensión de jubilado hasta que tenga cincuenta años.
Respuestas acertadas:

• 10-9: Es lo normal.

• 8-7: La cosa puede tener arreglo. Es el momento de hablar sobre lo que espera del futuro.

• 6-5: De algo se entera en clase, pero seguramente no continuará los estudios más allá de lo obligatorio ni sacará provecho de ellos. Puede librarse de ser nini si no se descarría, tiene habilidad para algún trabajo y se aficiona. Disciplina no tiene; ha de gustarle. Aún es joven, no cunda el pánico.

• 4-3: Nini sin remedio. Y espera, que los problemas no han hecho más que empezar.

• 2-0: ¿De verdad? Increíble... ¿Dice que no vale para estudiar?
    Tres preguntas más para este último grupo:

    •  ¿Cómo se llama el presentador de Sálvame de luxe?

    •  ¿Quién es el último amor de Belén Esteban?

    •  ¿Por qué número de edición va Gran Hermano VIP?
Las respuestas, en la web de Tele5, que yo no las sé. Si las responde bien, tonto o tonta no es, y memoria no le falta, sólo está atocinado. Súper nini. Si tampoco las responde, podría ser conveniente consultar con un psicólogo, quizá algo no funcione como debiera.
Una última pregunta, a ver si alguien conoce la respuesta:
• Estudiantes que no estudian ¿qué hacen?

3 de mayo de 2016

114ª noche - El cohete

El pequeño Shutso había cumplido diez años. Era momento de emprender camino a Beijing para conocer a sus abuelos paternos; un viaje de casi dos mil lis, que su padre Yiu esperaba recorrer en no más de una luna, pues debía estar de vuelta para la próxima siembra, al final del invierno. Con las bendiciones de sus suegros y dejando con ellos a su esposa, Yiu y su hijo partieron en el amanecer del cuarto día del Año Nuevo.
Abandonaron la aldea por la vereda que, tras atravesar las terrazas de cultivo, termina en el valle, en una de las ramas de los caminos imperiales. Una vez allí no les fue difícil encontrar quien se ofreciera a llevarlos en carreta o a lomos de algún animal, a veces pagando una pequeña cantidad y otras como simple favor.  Shutso nunca había salido de la aldea por lo que todo cuanto veía lo llenaba de asombro, especialmente los deslumbrantes uniformes de los soldados que patrullaban los caminos, con los que se cruzaban de vez en cuando. O la pareja de elefantes que encontraron trabajando en un aserradero, ya cerca de la capital.
En los suburbios de la gran ciudad, los caminos se iban llenando de gente. Llegado el último día de su viaje, padre e hijo recorrieron a pie el trecho final.
—Padre, ¿qué debo hacer cuando vea al abuelo? —preguntó el niño.
—Él es para mí como yo soy para ti, ¿comprendes?
Shutso asintió con un movimiento de cabeza.
—Eres hijo de su hijo, sangre de su sangre...
—¿Y cómo es que ellos viven en Beijing y nosotros en la aldea?
—Yo nací aquí, Shutso. Es una vieja historia, ahora no la entenderías. Hice algo que ellos no querían, por eso tuve que irme lejos. Pero tú eres su nieto y quieren conocerte. No tienes por qué preocuparte —concluyó Yiu.
Los abuelos vivían en una casa modesta, aunque bastante confortable y con dos criados a su servicio. El viejo Tian se dedicaba al comercio de grano, y no le iba nada mal. Pero su máxima era: «El indiscreto siembra a voces su desgracia», así que, siguiendo su propia enseñanza, evitaba dar la apariencia de un hombre rico. Shutso disfrutaba las comodidades que les ofrecían los abuelos y aprovechaba cualquier oportunidad para conocer lo que sucedía en Beijing. Poco tardó en descubrir que el abuelo, bajo su aparente severidad, era un anciano amable y bondadoso. Asistió al teatro cómico, a las carreras de atletas, a espectáculos de magia, al desfile militar y a torneos de weiqi, pero Tian esperaba deslumbrar a su nieto en la última noche: con motivo del cumpleaños del Emperador habría un extraordinario espectáculo de fuegos artificiales. El niño nunca había oído hablar de ese tipo de fuegos; imaginaba que se trataría de hogueras, o antorchas, o cualesquiera otras cosas ardiendo. Al llegar la noche señalada y ver el cielo cubierto por miles de puntos luminosos quedó profundamente impresionado. Cuando Tian vio el reflejo de los cohetes en los brillantes ojos de su nieto tuvo la certeza de que el niño nunca olvidaría aquel viaje. Y aún le tenía preparada otra sorpresa.

Atrapados por las rígidas costumbres de su entorno, los abuelos no podían mostrarse cariñosos con el hijo que les había desobedecido ni con su descendencia. Por ello, a pesar de la cálida relación mantenida durante la visita, la despedida fue fría; poco menos que echarlos de la casa. De otro modo habría parecido deshonroso. Pero Tian sabía cómo conseguir que su nieto no se lo tuviera en cuenta. Al despedirse, le entregó una caja de madera, larga y estrecha como el brazo de un hombre, bien claveteada.
—Dentro encontrarás un cohete como los que viste anoche. Lánzalo en el mejor día de tu vida. Por ahora, guárdalo tal como está; sólo has de evitar que esté cerca del fuego y del agua.

Como suele suceder, el regreso fue mucho más rápido que el camino de ida. Shutso no se separaba de la caja y no hablaba más que de los fuegos artificiales, haciendo mil preguntas —¿de qué están hechos?, ¿por qué suben tan alto?, ¿por qué no hay en nuestra aldea?...— que su padre no sabía responder. Llegaron a su casa algunos días antes de lo previsto y la vida para ellos continuó como si el viaje nunca hubiera existido. Sólo la caja de madera con el cohete, cuidadosamente guardada por Shutso, era la prueba de que los días en Beijing no fueron una fantasía.

Pasaron algunos años y Shutso se hizo mayor. Cuando se señaló el día de su boda, Yiu pensó que sería una buena ocasión para lanzar el cohete que le regaló el abuelo Tian.
—Será un gran día para mí, padre, mas no el mejor ni el más grande en mi vida. Cuando tenga mi primer hijo...

Pasó la boda y al cabo de un tiempo la mujer quedó embarazada. Al acercarse el parto, Yiu recordó las palabras de su hijo.
—¿Lanzarás esta vez el cohete del abuelo? Ése sí será un día muy grande para ti y para toda la familia.
—Lo será, pero creo que aún será más grande el día que, estando mi hijo más crecido, pueda compartirlo con nosotros.

Y llegó el parto, y creció el hijo, y se casó, y nació el primer nieto y murió Yiu, sin que a Shutso le pareciera ninguna ocasión bastante grande para lanzar el cohete que le dio el abuelo.

Shutso ya es viejo y se pone triste al recordar que su hijo —hijo único, es una maldición de la familia— se marchó hace tiempo. Su mujer está enferma, él mismo apenas puede caminar. En un lugar preferente del dormitorio guarda todavía la caja, intacta. De vez en cuando se acerca y pasa sus dedos sobre la madera, como acariciándola. Pero hoy se da cuenta de que su espera no tiene sentido, de que ya no hay más. No permitirá que el cohete que tanto significó para él, el que debió señalar el mejor día de su vida, termine en el vertedero. Con manos temblorosas y la ayuda de un punzón consigue abrir la caja. Dentro, por primera vez puede ver el artefacto. Es impresionante, parece recién fabricado. Shutso llora mientras lo contempla y se maldice mil veces por no haber hecho caso a su padre. ¡Hubo tantas ocasiones...! Las lágrimas van cayendo sobre la caja abierta. Cuando esta noche el anciano salga al patio y encienda la mecha, la pólvora, vieja y húmeda, sólo producirá un fogonazo, un poco de humo y algo semejante a un silbido burlón.
 
 © Fernando Hidalgo Cutillas - Barcelona 2012